martes, 3 de julio de 2007

Batallas y conquistas de la mujer

Claudia Morgan
En términos globales, la situación de la mujer ha mejorado en la mayoría de los países occidentales respecto del pasado. Pero aún le resta librar numerosas batallas. Entre otras, aquellas que le permitan sustraerse de las distintas formas de violencia que una sociedad, predominantemente moldeada a imagen de los varones, ejerce sobre sus derechos, incluida la toma de decisiones y la siempre pendiente potestad sobre su propio cuerpo e imagen.
A pesar de los muchos y notables avances realizados por la cultura occidental para establecer una relación más igualitaria entre hombres y mujeres, el número de asignaturas pendientes en esa ya dilatada cruzada sigue siendo muy alto.
Superada "la incertidumbre acerca de la ingobernabilidad de las mujeres y la certeza de su inferioridad biológica" —según palabras de la historiadora y especialista Dora Barrancos—, fue ne cesario emprender otras conquistas: la emancipación jurídica ante la ley que le puso fin a la potestad masculina, el derecho al voto, el ejercicio de profesiones y oficios consuetudinariamente reservados a los hombres, etcétera. Sin embargo, la mera existencia de una ley de "cupos obligatorios" para respetar la representatividad política ante las instituciones, —su creación data de 1994, cuando se reformó por última vez la Constitución nacional— revela el control obligado que la sociedad necesita ejercer periódicamente sobre sí misma en materia de género.
Pese a lo dicho hasta ahora, esta curiosa compensación, esgrimida no sin alguna sobreactuación por los políticos ante la menor sospecha de ejercer algún tipo de discriminación sobre sus compañeras de tareas, resulta insuficiente a la hora de comprobar quiénes mandan en casi todos los sectores clave de cualquier actividad pública o privada. Así, a quien intente retrucar esta afirmación, podrá explicársele que la presencia excepcional de mujeres en puestos ejecutivos bien podría compararse con la de ese infaltable amigo judío que todo antisemita dice tener.
Bastaría, no obstante, con prestar la debida atención a la forma en que se distribuyen los puestos de decisión en los más diversos ámbitos —el planeamiento urbano, la investigación científica, las secciones políticas en los medios de comunicación, entre muchísimos otros lugares— para advertir la persistencia de la inequidad en el reparto de responsabilidades, con su contrapartida en la remuneración y los premios.
Es probable que en el arte, donde el espíritu debería elevarse por encima de las contingencias del género, las cosas no sean mucho mejores. El famoso eslogan del grupo feminista de acción directa estadounidense Guerrilla Girls —"5 por ciento de artistas mujeres, 85 por ciento de desnudos femeninos en los museos de arte moderno"—, lejos de ser una salida ingeniosa, constituye una realidad raramente considerada a la hora de los balances. Quien se ponga a investigar en el campo de la literatura, la música y el cine se topará con idénticos resultados.
Pero hay más. Acaso por tener un perfil de consumidoras más alto que el de los hombres, las mujeres también son objeto de la publicidad, suerte de espejo deformante que las representa según la pobre idea que de ellas tienen los que venden detergentes, limpiapisos y lavavajillas, sin olvidarnos de quienes recomiendan leche de pepinos y otras aberraciones igualmente pegajosas. (para no hablar de los modistos). Con todo, tampoco es lo peor. Mucho más grave y seguramente de mayores consecuencias son las distorsiones que ocurren en las formas en que se ejerce la ley y se castiga. También en las nuevas modalidades de violencia que, según se refleja en la prensa, día a día tienen por víctimas principales a las mujeres de toda clase y edad. De todo esto tratan las páginas siguientes, que, no se corresponden con una única idea de la mujer. Algunas fueron escritas según diversas concepciones feministas. Otras, apenas desde las estadísticas. Todas, desde un fuerte sentido común.

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