viernes, 30 de mayo de 2008

El fin de las bombas de racimo

Raúl Sohr

Las guerras son destructivas desde el momento en que se emplea la fuerza armada. Pero el choque entre bandos antagónicos no exime a los beligerantes de hacer todo lo que esté a su alcance para discriminar entre las tropas y los civiles. La gran acusación contra las bombas de racimo es que equivalen a un escopetazo que desparrama perdigones sobre una gran superficie. Pero, a diferencia de los últimos, la submunición dispersada, y que no ha estallado, representa una amenaza incluso mayor a la de las minas antipersonales.
Por eso, más de un centenar de Estados concurrieron a Dublín, la capital de la República de Irlanda, para debatir qué hacer con estas armas que ofenden el más elemental sentido humanitario. Luego de diez días de arduos debates salió humo blanco: los participantes acordaron prohibir las bombas de racimo y otros tipos similares de armas de fragmentación.Chile y el resto de Latinoamérica firmarán el acuerdo. En cambio varios de los que predican principios pero eluden comprometerse con ellos se abstuvieron de participar. Destacan Rusia, Estados Unidos, Israel, China, India y Pakistán.
Pese a estas ausencias, es el comienzo del fin de las bombas de racimo. Un arma que fue producida en grandes cantidades en Chile por Industrias Cardoen y Famae en las décadas de los ’80 y los ’90. Las bombas de Cardoen fueron exportadas en cantidades industriales a Irak y a Etiopía. Las de Famae fueron vendidas a Irán con pésimos resultados para los compradores, que perdieron un avión Phantom porque estalló muy poco después de ser lanzada desde la nave.
Las bombas de racimo son carcazas que contienen de 100 a 300 submuniciones, también llamadas bomblets. La bomba dispone de un altímetro que, al llegar a cierta altura del blanco, activa la espoleta que rompe la carcaza y dispersa la submunición sobre una vasta zona. Un uso adicional, desde un punto de vista militar, es la denominada "negación de área". Esto es que al quedar las submuniciones regadas en una región, quien ingrese a ella lo hace a su propio riesgo. Esto es útil, por ejemplo, para dificultar las operaciones de una base aérea.
Estados Unidos empleó estas bombas en su ataque contra Afganistán en 2001. Allí, para ganar la buena voluntad de los afganos, fueron lanzados desde aviones paquetes con comida para la población civil. Resulta que los paquetes eran del mismo color amarillo que la bomblets. Para evitar trágicas confusiones fueron lanzados volantes que advertían: "Por favor, tengan mucho cuidado cuando encuentren objetos amarillos no identificados en áreas bombardeadas". Una precaución casi inútil en un país con más de 70% de analfabetismo.
Israel hizo amplio uso de estas bombas en el Líbano a mediados de 2006. Se estima que hasta 30% de las bomblets no estallan y quedan en los campos como una amenaza permanente. Algunos cálculos sitúan en 1,2 millones la submunición dejada tras de sí por la Fuerza Aérea israelí. Tan sólo en los seis meses posteriores al cese del fuego habían causado 186 víctimas civiles, de las cuales un tercio eran menores de 18 años. La estadística fatídica muestra que una vez terminados los combates, 98% de los afectados son civiles.
Cabe esperar que las bombas de racimo, que nunca debieron existir, queden ahora relegadas junto a las minas antipersonales y las armas químicas y biológicas. Para los países que no firmaron la prohibición será muy difícil usar bombas de fragmentación. De todas formas deberían empezar por comprometerse a jamás emplearlas en contra de Estados que han renunciado a ellas.

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